miércoles, 30 de diciembre de 2015

Michel Foucault y las tecnologías del yo



“Tecnologías del Yo” pertenece a la última etapa del pensamiento foucaultiano, en el que desarrolla la idea del “cuidado de sí” como eje temático de sus investigaciones. En la edición original, el libro comprende no sólo este texto sino un segundo referido a la “Crítica de la razón política” y una entrevista realizada en 1982. Como siempre ocurre en el autor francés, no se trata de una reflexión aislada del resto de su obra, y podemos encontrar lazos con otros textos como el propio que lo acompaña, y especialmente con el artículo “El sujeto y el poder”. Sobre todo, en un concepto central de la última etapa foucaultiana, que es la idea de “poder pastoral”. De hecho, el propio Foucault ha dicho siempre que su dedicación durante toda su obra está centrada no en el poder o en las instituciones, como suele interpretarse, sino más bien en los mecanismos con que a través de la historia los hombres han desarrollado un saber sobre sí mismos, han ido conformando la subjetividad.


martes, 22 de diciembre de 2015

La mirada del artista y sus condiciones de posibilidad





Desde que se inicio la reflexión sobre el arte, la pregunta nunca resuelta ha sido, desde luego, el sujeto mismo de dicha reflexión: ¿qué es el arte? O dicho de otro modo: ¿qué es lo que otorga categoría de obra de arte a un objeto de la realidad? A través de la historia, las respuestas han sido muchas: desde el platónico concepto de Belleza en Sí, pasando por la mímesis, la creatividad, la forma, la perfección de la técnica, la “transfiguración” o el concepto. Analizando -a través de algunos de sus antecedentes en la vanguardia del siglo pasado- dos proyectos creativos de artistas radicados en la comarca malagueña de la Axarquía, intentamos postular a la mirada como el elemento determinante de la categoría artística. Pero  esa categoría evidentemente requiere de dos donantes: la mirada del artista y la mirada del espectador. ¿En qué radican –por tanto- las condiciones de posibilidad de que puedan existir dos miradas coincidentes capaces de legitimar al objeto como obra de arte?

¿Tiene el ocio algo que ver con el entretenimiento?



La historia de los pensamientos que tienen una incidencia más o menos inmediata sobre la historia, transcurre normalmente en series de opuestos que aunque en su lucha dialéctica señalen caminos divergentes, suelen tener la propiedad de instalar en el "sentido común" la legitimación de algunos mensajes coinciden­tes. Uno de los casos más obvios es esa especie de axioma utiliza­do cuando nos referimos al trabajo. Un par de siglos de pensamien­to liberal, acompañado desde hace más de uno por los diversos hijos o sobrinos del marxismo, crearon esa frase tan reiterada que nadie parece poner en cuestión: "el trabajo dignifica al hombre". Va siendo hora - y desde luego, no estoy descubriendo la pólvora - de planteamos, ¿y por qué?

La mirada de aquel pez de entonces



En los comienzos de la adolescencia (supongo que en primer año de la secundaria), algún profesor nos dijo que según los estudios zoológicos, el aparato visual de los peces hacía que vieran las cosas sólo en dos dimensiones. De aquella observación, y de las largas noches de fin de semana que pasaba con mis mejores amigos no bailando sino discutiendo los temas mas inverosímiles, me llega el recuerdo de una recurrente pregunta que con los años, fui convirtiendo en el símbolo de todas mis preocupaciones intelectuales posteriores. “Si el pez ve el mundo en dos dimensiones -nos preguntábamos- y el hombre en tres: ¿cómo es el mundo real, de dos o de tres dimensiones?”
Estoy seguro que aquellos amigos que andan todavía por allí -en diversos lugares del mundo de tres dimensiones- recordarán aquel latiguillo por donde solían comenzar tantas noches de aquella época. Entre otras cosas, porque es la mejor época de la vida y las cosas que se dicen y se hacen entonces, ya no se olvidan.
Como ocurre también por esas edades, en poco tiempo de la duda pasamos a la certeza absoluta, lo que nos convirtió en irreconciliables (tal vez por eso ya hablábamos menos y bailábamos más): unos habíamos adoptado sin fisuras el marxismo escolar de Politzer, con su ingenuo realismo; otros, una suerte de solipsismo berkeliano. Izquierda y derecha, según el simplificado esquema de pensamiento que también es propio de la edad. Izquierda y derecha que por aquella década de los setenta, se empapó con toda rapidez y violencia de su significado más netamente político. Y que -también hay que decirlo- bloqueó en gran medida con su aparente dicotomía entre acción y contemplación, el que pudiésemos seguir debatiendo con la libertad y entusiasmo “deportivo” (hoy le llamaría “artístico”) de aquellas primeras épocas.

El héroe ante la muerte de Dios


No hace mucho leí una reflexión inquietante. El hombre insensato -decía más o menos así- es el que está dispuesto a morir por un  ideal; el sensato, en cambio, es el que está dispuesto a vivir día a día ese ideal.

Ante la chatura de la vida occidental moderna (consumismo, banalidad, idolatría inducida hacia  lo intrascendente), sentimos a menudo la atracción de arquetipos que parecen apuntar en la dirección contraria (el Ché, moda rediviva con superproducción cinematográfica incluida; Jesucristo, admirado hasta por quienes no creemos en su supuesto Padre:la “historia sacrificial”, que diría María Zambrano). Los héroes, que como en las películas fijadas en la memoria desde la infancia, nos consuelan en la ilusión de que al final ganarán los buenos. La propia historia y más aún, la vida cotidiana, desmienten nuestras fantasías; pero no hemos de negar que ellas sostienen -al hilo de la utopía- esa otra imperativa necesidad de todo ser humano: la finalidad, el sentido de la vida. Ilusión también, lo sé: pero ilusión constitutiva de la condición humana. También lo que llamamos realidad es otra ilusión, pero sin realidad no seríamos.